… que uno de los puntos más importantes a la hora de tomar una decisión es si podemos comprender lo que implica. Poca gente se aventura más allá de lo que puede prever.
La información facilita el proceso de la decisión en tanto, sin ella, no es una decisión sino un salto al vacío.
Aprendí el por qué de la frase “silencio hermético”, que tantos quebraderos de cabeza me dio -por incomprensible- cuando la escuché en boca de “Don José Luis”.
También que, en la escuela, deberíamos enseñar a los niños a pensar, a distinguir la verdad de la mentira, además de llenar la cabeza de relaciones y nombres: de esta manera, el aprendizaje se convierte en una actividad activa en la que toda verdad es juzgada por la personita en cuestión. Cuando uno ha llegado a una verdad por los propios medios, ésta se convierte en una con el constructor del razonamiento. Por mucha verdad que haya en un aserto, si no comprendemos (y por esto entiendo ser capaces de construir) el por qué, es como escribir en la arena.
Hay que huir de la retórica barata, no obstante. No hay nada que obstruya más la verdad que un argumento sin base, o una falacia astuta. ¡Miremos la política!.
La falacia es un problema de relaciones, en tanto hay alguna relación defectuosa en el discurso. El argumento sin base es un problema de nombres. Aunque las relaciones sean verdaderas, alguna de las premisas es falsa, de modo que el resto del discurso carece de sentido, en cuanto que el resultado que “esperamos”, o que damos a comprender, no es el real.
Tomemos por ejemplo “si a entonces b“. El razonamiento es válido siempre que b sea cierto, independientemente de la verdad de a. Usualmente, tendemos a pensar (erróneamente) que un razonamiento de este estilo permite inferir cosas sobre a. Este estilo de trampas son las que se deben evitar.
Es por esto que, desde niños, habría que enseñar a distinguir un buen razonamiento de uno que no lleva a ninguna parte.
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