… que las personas, en un cierto sentido, somos un sistema con una cierta resistencia al cambio.
Si imaginamos un péndulo, cuando sobre él actúa algo que lo desequilibra (un cambio en las circunstancias externas) existe una fuerza restauradora hacia la posición de equilibrio. La analogía en las personas es lo que les ocurre cuando se ven enfrentadas a una situación que no es la habitual: el comportamiento, o las sensaciones que tienen, tienden al hábito.
Además, cuanto más lejos del equilibrio estamos (en el péndulo), la variación en la fuerza es mayor con el cambio de situación, de modo que pequeños cambios en las condiciones externas provocan reacciones que, con gran contundencia, intentan “normalizar” la circunstancia. Por ejemplo, una persona se sentirá extrañada en un lugar que se diferencie mucho del lugar al que está habituado, y la “tensión” será tan grande que pequeñas variaciones sobre ese punto inestable serían encubiertas por las “grandes” diferencias. Así, con otro ejemplo, para una persona acostumbrada a los rasgos occidentales, los orientales parecerán “iguales”, pues las diferencias primarias son tan grandes que nuestro cerebro obvia los detalles.
Sin embargo, hoy vi a una chica rubia, de pelo largo y ondulado, en bicicleta y recordé que la de azul estaba empezando a sentir las variaciones de su entorno, y a regocijarse en los pequeños detalles y matices propios del lugar donde vive. A esto solo puedo encontrar una explicación: su punto de equilibrio ha cambiado.
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